lunes, 30 de julio de 2007

Te regalo la luna

Parte 1 Lucy, hija de la luna
Lucy se despertó esa mañana recordando a su abuela cuando le contaba por qué se llamaba Luna. Eso no era nada anormal, casi todas las mañanas se acordaba de ella. Había muerto hacía unos años apenas y aún no había creado esa costumbre de olvidarse de los muertos ni de dejarlos en el lugar donde deben estar, en el altar secreto del alma. A pesar de eso, en esa oportunidad, sentía su presencia diferente parecía que la voz de la anciana aún resonaba en su cabeza diciéndole “Naciste durante un eclipse de luna, esa es una señal importante”. Miró al techo tratando de descifrar el enigma pero se dio cuenta que era inútil. Alargó la mano para tomar su libreta de notas y registrar el sueño, al pie de la hoja escribió: “Todo tiene su tiempo, todo tiene su lugar, cuál es el mío?”
Cuando se levantó de la cama tuvo el cuidado de hacerlo por la parte indicada, no quería atraerse la mala suerte y menos ese día, iba a salir con Federico y no estaba segura de cómo podían salir las cosas. Él le gustaba mucho pero, con lo que decía, la forma como menospreciaba sus creencias y su actitud de conocedor de todo, no podía asegurar que las cosas pudieran funcionar para ellos. Además, ella estaba segura que hoy le pediría nuevamente que se acostara con él y eso la decepcionaría aún más.

Federico salió del baño. No se había secado muy bien así que en su interior esperó que su madre lo regañara por estarle mojando el piso. El grito nunca llegó. Aún no se había acostumbrado a vivir solo. Era una decisión que había tomado apenas comenzó a trabajar. No quería ser carga para nadie y, aunque no dejaba de visitarlos todos los fines de semana, siempre quiso ser independiente. A pesar de eso era difícil soltar costumbres ancladas por décadas de convivencia.
Con la toalla aún chorreando entró a su cuarto y sacó la ropa que se iba a poner, tenía que verse matador hoy se iba a encontrar con Lucy. No sabía que tenía esa pelada pero lo mataba. Él, que no creía en nada de astros, ni en santos, ni demonios, era capaz de escuchar a un charlatán hablando sobre el cuerpo astral y otras pendejadas si estaba al lado de ella dejándole respirar la belleza serena que esparcía por doquier. Hoy le iba a pedir que se viniera a vivir con él.

La figura del hombre era delgada, debajo de las sabanas se podía prefigurar cada una de sus costillas “parezco un xilófono” pensó al tocarse con dedos ansiosos el costado. Se levantó por costumbre, por no querer taparse otra vez con la sábana y evitar sentir que la vida va corriendo sin que él pudiera detenerla. Sabía perfectamente que si se quedaba en la cama todo sería peor. Estaba desnudo completamente, sintió el jalón en el estómago. “Algo tengo que hacer”. Se miró en el espejo, sus ojos traspasaban el vidrio desgarrando el pecho, sabiendo que era un perdedor, que no tenía forma honorable de salir de su problema.

Lucy encendió las velas del rincón, la roja del amor destelló inmediatamente lo que hizo que sonriera.

Federico revisó el computador viendo los trabajos que tenía para ese día, apagó su cigarrillo y salió para la calle, antes de salir limpió un poco el polvo que se había acumulado en el cuadro de Einstein que tenía a un costado de la sala.

El hombre tuvo que explicarle a gritos a la dueña de la pensión que le importaba un carajo si no le abría cuando regresara porque él no tenía intenciones de hacerlo.

El lugar era oscuro, apenas podían verse las siluetas de los que se encontraban allí, de vez en cuando la luz de la linterna de uno de los meseros indicaba que alguien había pedido algo, quizás hasta se había solicitado un servicio “especial”.

El borracho sonrió al recibir la botella de ron, asintió felizmente ante todo lo que le decían.

Federico tomó las manos de Lucy, delicadamente le besó cada uno de sus dedos mientras acercaba su cuerpo al de ella, sintió que ella temblaba, que esperaba que él le dijera algo, una mano bajó hasta las piernas de ella que se tensaron inmediatamente ante el roce, pero no se movió. Acercó su cara hasta sentir su respiración golpearle la cara; su aliento olía a hierbabuena mezclada un poco con ron Medellín, no quiso darle un beso apasionado sino uno delicado como si los labios de ella fueran pétalos y él temiera deshacerlos. Subió su mano por su espalda y la pasó a su vientre tratando de alcanzar su pecho.
- Vamos Lucy.
- ¿Adónde? – Dijo ella separándose de él.
- Pues... donde podamos estar solos.
Ella se tensó aún más y se separó hasta casi llegar al borde del sofá.
- Hoy tampoco puedo. Revisé el horóscopo y...
- Los astros no te favorecen – repitió él a coro junto con ella. – eso es lo que siempre me dices, sabes que yo no creo en esas cosas y te...
- Pero yo sí y si me quieres me tienes que aceptar con todo. – Le cortó ella bruscamente. Federico tomó la botella y se sirvió un trago. Después de unos segundos la miró.
- Vámonos.
- O sea, que si no es para “eso” no podemos estar juntos.
- No hables así Lucy. – Respondió agriamente. – Si no nos hemos separado en todo este tiempo no lo voy a hacer ahora, simplemente no quiero estar más acá.
Se levantó y metió la botella en su morral.
- ¿Vas a seguir tomando?
- ¿Hay otra cosa que hacer hoy?
Ella no dijo nada.
- Puedes adelantarte, voy a subir a la oficina a ver si me llamó un cliente. Nos vemos a la noche.
- Eso si todavía te perteneces.
- Ahora mismo no pertenezco a nadie, ni siquiera a mí.
- ¿Estás molesto?
Él no dijo nada, se acercó a la barra y pagó, esperó que ella llegara para salir.

La mujer con estrellas en el cabello recibió los papeles, los miró inquisitivamente.
- Estos no son los que pedí.
- Pero son los de este día, puedes? Es por ella.
- Está bien.
Sonrió mientras recibía los papeles.

El hombre había recorrido por enésima vez la cuadra. Había visto detenidamente los diferentes negocios. El billar del flaco, la gente entraba y salía de él con el mismo rostro que él tenía, lo desechó incluso antes de pensarlo; la peluquería de la hippie; la compraventa “La Máxima”, le atraía el dinero que se movía constantemente en ese lugar, no le atraía el revólver que portaba el tipo parado en la puerta que se rascaba los dientes con un palillo.

Federico y Lucy, a pesar de trabajar en la ciudad no vivían ahí, ella por el bullicio de la urbe que no lo soportaría las 24 horas, él por la comodidad económica que, según su parecer, existía en los pueblos. Por lo regular viajaban juntos así que ella se sintió incomoda al subirse sola al bus que la llevaría al pueblo. Siempre había pensado que el momento de elección del puesto en un bus intermunicipal era importante, primero si te daba el sol o no, segundo si veías a alguien con quien quisieras viajar o todo lo contrario cómo evitar a alguien fastidioso. Si se escogía un lugar con los dos puestos vacíos el azar te daría el pasajero. Ella siempre prefería el azar, “que sea la suerte la que decida con quién viajo” se decía.

Federico caminaba por las calles (en su cabeza sonaba el Fantasma de Canterville) se acercó una gitana a leerle la mano, él la apartó de un empujón
- ¡Quítese de mi vista! Ustedes son capaces de inventar lo que sea para sacarle plata a la gente.
Siguió caminando llevado por la borrachera, de pronto se detuvo se tomó un trago de la botella a pico y sonrió.

- ¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
- Sí. Y me vas a ayudar
- Hombre ella no me conoce.
- Por eso.
- Estás loco.
- Por ella.
- Ojalá esto no se complique.
- No va a suceder.
- Allá tú.
- Me vas a ayudar.
- Está bien.

El CAI donde dos policías somnolientos miraban pasar a las muchachitas en minifalda dominaba todo el sector, pero para qué preocuparse? El sol le pegaba en su espalda. Sentía como el sudor se convertía en agua en su piel. Un día entero sin comer, nojoda ni siquiera cuando estaba con los “manes” pasó un día sin comer quizás sin descansar, quizás comiendo lo mismo, pero sin comer nunca. El revólver comenzó a golpearle la ingle, miró a todos lados y de un rápido movimiento lo pasó para la espalda.

- ¿Me puedo sentar con usted?
- Claro. El puesto no es mío es del bus.
- Pues sí. ¿Qué hora es?
- Son casi las siete de la noche.
- Parece que no va a llegar.
- ¿Quién?
- Él.
- No espero a nadie.
- No parece por la forma en que mira.
- Por fin arrancó el bus.
- Usted siempre es así?
Silencio.
- Déjeme adivinar su signo
Mirada inquieta.
- Por su silencio, lo bella sin pretensiones que es y lo melancólica que parece debe ser a ver... Cáncer?
- Cómo lo supo?
- Se ve que usted es afectada por la Luna por eso.
Silencio perturbador.
- Mírela allá a lo lejos como pegada al cielo. Es un plato o un balón, es de plata o de mármol? Nos guía o nos pierde? No lo sé, en todo caso es bella cierto?
Silencio inquieto
- Sabe? Se la regalo
- Qué cosa?
- La luna. Le regalo la luna.
- Eso no se puede.
- Y por qué?
- Porque no es de nadie o mínimo de los gringos.
- Que yo sepa no es de los gringos y si no es de nadie y yo digo que es mía es mía. No se ha leído el Principito acaso?
- Claro, el comerciante.
- Entonces si digo que es mía es mía. Y ahora se la regalo a usted.
- Y que puedo hacer yo con la luna.
- No sé. Lo que quiera. Ahora es usted dueña de la luna y ella le debe obedecer y no viceversa.
- Qué quiere decir con eso?
- Me tengo que bajar ya llegué
- Cómo se llama?
- Gabriel
- Oiga!
Ese encuentro la había afectado no sabía qué decir. Según podía recordar Gabriel era el Arcángel de la Luna, qué curioso! Qué casualidad! Pero la casualidad no existe. Qué quería decir con todo eso? Quiso recordar la mirada de su excompañero de viaje pero no pudo, su rostro se iba desdibujando poco a poco. Únicamente quedó flotando en su cabeza las palabras de él “Ahora es usted dueña de la luna y ella le debe obedecer y no viceversa”.

Al día siguiente no tenía que ir a trabajar así que decidió ir a la peluquería. Siempre iba a la misma, “Pentágono”, de propiedad de su amiga Diana. Había escogido esa de entre todas no sólo por el nombre bastante raro para una peluquería sino porque era prácticamente una peluquería de la nueva era. Perfumada con incienso, arreglada de acuerdo al feng shui y, sobre todo, le entregaba a toda la clientela una copia de su horóscopo diario. De dónde sacaba Diana el horóscopo nunca lo había revelado. Era una exhipie que no tuvo el valor de seguir a su comuna por allá en los finales de los sesenta y se quedó a vivir en el pueblo haciendo oídos sordos de los comentarios de la gente que la miraba indecisa entre catalogarla como puta o bruja. A Diana no le importaban los motes que le endilgaban porque después de tantos años ya comprendía la dúctil idiosincrasia de los habitantes del pueblo. Para tener que pagar sus cuentas decidió abrir ante los ojos asombrados de todos la ya nombrada peluquería en donde se ufanaba de arreglar no sólo el exterior sino el interior de su clientela.
Cuando iba llegando a la peluquería Lucy se tropezó con Orlando, el loco Orlando, uno de los tantos personajes del pueblo. Orlando se pasaba seis meses recluso por su propia voluntad en su casa y los otros seis meses tomando, declamando poemas de García Lorca que iba degenerando hasta convertirlos en irreconocibles y haciendo discursos improvisados remedando a los politicastros de turno que ya se habían aburrido de mandarlo a encarcelar por irrespeto a la autoridad e incluso, algunos en época de elecciones, en secreto lo instaban con una botella de ron barato a que atacara a sus enemigos. Orlando interceptó el camino de Lucy.
- Ah! La niña de la luna – le dijo con su boca pastosa – mira, esta botella es por ti. La mujer que es seguida por la luna – tomó un trago, Lucy tratando de evadirlo sin poder evitar el zigzagueante andar del borracho – para ti son los aretes de la luna.
- Por qué dice eso?
- Porque no son todos los que están ni están todos los que son.
- Cómo?
Pero era inútil. El loco comenzó a cantar “Los aretes de la luna” mientras dejaba escapar a Lucy inquieta ante las frases del loco que ya había encontrado a otra víctima, lo extraño es que Orlando siempre pedía para otra botella y en esta ocasión ni siquiera había hecho el intento.

La peluquería de la hippie. Maneja dinero, no tiene mucha seguridad y casi siempre a estas horas anda sola.

Cuando Lucy llegó al “Pentágono” aún estaba inquieta por lo sucedido el día anterior y ahora con el loco, no le prestó mayor atención al tipo que la veía desde el otro lado de la calle.
- Qué te pasa?
- Es que cuando venía para acá se me atravesó el loco Orlando y...
- No le pares bola sabes que el aura de él está confundida y le va a tocar renacer siete veces para arreglar todo lo que ha hecho en esta vida.
- Ya te llegaron los de este día?
- Si, hoy llegaron más temprano que nunca. Qué quieres que te haga hoy? Te veo perfecta. Déjame sentirte – le pasó sus manos por el rostro y el cuerpo sin tocarla – tu aura está un poco perturbada estás de pelea con Fede?
- Más o menos – le respondió algo inquieta porque, a pesar de todo, no le gustaba dar explicaciones a nadie de sus cosas – sabes como son los hombres.
- Sí, mira el del día está sobre el escritorio.
Lucy se acercó al escritorio repleto de velas, inciensos, pebeteros, cuarzos y otras curiosidades tomando un papel de entre un montón que estaba desparramado sobre el mueble. Diana no creía en el orden ni el desorden. Desde que había leído en el colegio que el universo tendía al caos entendió que lo natural es el desorden y a él se atenía. Por respeto a su clientela la peluquería mantenía un mínimo de orden pero no así su escritorio y mucho menos el cuarto que le servía de dormitorio. Lucy empezó a leer el papel, su rostro comenzó a cambiar perceptiblemente.
- Qué te pasa Lucy?
- Nada.
- Nada y estás pálida, qué tienes? Estás embarazada?
- Kiá! Tú sabes que soy virgen.
- Entonces?
- Es el horóscopo.
- Qué pasó con él?
- No me vas a decir de dónde salió?
- Sabes que ese es uno de los secretos mejor guardados pero a ti te lo digo. Los hago yo en mi cuarto.
- Pero como los haces? – la mirada de Lucy se encontraba tan enfebrecida que la peluquera temió que alguno de los espíritus que atormentaban a Orlando se le hubiera colado a Lucy.
- Mira, te voy a decir toda la verdad. Ese horóscopo en particular...
El sonido de la campana que anunciaba que la puerta de la calle se había abierto rompió la voz de la peluquera impidiendo que siguiera. Un tipo alto y flaco, con cabello descuidado se acercó.
- Quién atiende esta vaina? – gritó mirando a todos lados.
- Mira que no falta el imprudente. Señor estoy ocupada con una cliente así que no lo puede atender, hágame el favor y se larga.
- No te preocupes, tú sabes que puedo esperar.
- No Lucy, este señor llegó echando vainas y no lo conozco así que no me da la gana de atenderlo.
- A mi no me va a atender pero a mi amiguita sí- dijo el sujeto mientras sacaba el revólver de la espalda – las dos calladas que aquí no va a pasar nada.Sin saber por qué Lucy no miró el arma, ni siquiera los dedos flacos y sucios. Miró los ojos del hombre, se dio cuenta del dolor que llevaba por dentro, de los días de desprecio, de los días de soledad absoluta, se dio cuenta que era él.

viernes, 6 de julio de 2007

Estás dormida

Estás dormida
mientras la ciudad se despierta
y entonces una mano imprudente
recorre tus golfos inexplorados.

Estás dormida
y yo me encuentro a tu lado
tan lejos y tan cerca
que me odio de no darte un beso.

Yo, aquí despierto,
te siento sin verte
sin querer sentirte
porque entonces la lluvia
que embarga mi alma
se desbocaría destrozadora de esperanzas.

Estoy aquí,
despierto,
y tú allí sueñas
sola,
sin mí.

Buscador

Google