jueves, 29 de noviembre de 2007

LA LEYENDA DE LA ROSA AZUL











En un reino muy lejano entre el Ganges y el Nepal vivía un rey muy querido por sus súbditos por lo justas y probas que eran sus decisiones, era uno de los más ricos en toda la extensión del valle del Ganges, le rendían pleitesía y homenaje los más varios reyes desde la China hasta la legendaria Samarcanda, con él había comenzado una era de paz y concordia en todo su reino que prosperó como nunca lo había hecho desde el reinado del Príncipe de los Elefantes. Tenía una hija que era la luz de sus ojos, la bella Siki, la más bella mujer en toda la extensión del orbe. Sólo una pena afligía el corazón de este noble monarca, según una antigua tradición impuesta por el mismo Príncipe de los Elefantes, el reino de Num sólo podía ser gobernado por hombres y si un rey no podía tener hijos la hija mayor (o la única) debía tomar marido dentro de los más agraciados príncipes de la región para que este se convirtiera en rey. Hasta esa época no había habido ningún problema con el cumplimiento de la tradición. Pero la princesa Siki se negaba a contraer matrimonio, en la cama real el rey pasaba noches en vela con su esposa pensando el por qué de esa negativa. “Es apenas una niña y aún no conoce el amor, deja que conozca el amor y verás como cambiará todo” le decía su esposa, a lo que replicaba el rey “para qué necesita el amor?, el reino necesita más un rey, el amor lo encontrará en el camino, es que acaso mi madre no tuvo que casarse con mi padre por estar en las mismas circunstancias? Y ellos fueron felices todo el tiempo, siento mi hora cercana y debo dejar a alguien fuerte y bueno al frente de mi reino”. La reina, que conocía el amor que desde niños se profesaban sus suegros pero que también conocía la testarudez de su esposo e hija, calló con la plena seguridad de que nada haría que Siki o su marido cambiaran de opinión.
Una mañana, en que el ruiseñor se columpiaba en los laureles que adornaban el balcón de la princesa y que esta se regodeaba con las primeras luces del amanecer, el rey se presentó de improviso, como era su costumbre, en la alcoba de la hija. Ella se deshizo del arrobamiento que le causaba el alba reflejada en el Ganges y corrió hasta su padre para estamparle un beso en la mejilla, este le contestó secamente en contra de su estilo y la dulce Siki se dio cuenta de la adusta mirada que brillaba en las pupilas de su padre. “Qué te sucede padre querido? Algún problema en las fronteras o el trigo se agota en los eriales?” “No hija mía, desde hace veinte años gozamos de paz en las fronteras y gracias a Lackmi la cosecha que se avecina es suficiente para nosotros y para comerciar con los demás reinos. No es eso lo que me obnubila el alma, eres tú mi querida hija quien desvela mis noches, quien hace que deje de pensar en los más intrincados problemas de estado para concentrarme en ti”. La princesa, turbada, aunque conocedora de la razón oculta que movía a su padre para expresar tales palabras, se hizo la desentendida y dijo “No os comprendo, mi padre, mi rey”. “Creo que sí Siki, todos los numitas esperan el día en que anuncie tu pronta boda, el día en que pueda subir con los dioses sabiendo que el reino queda en buenas manos”. La princesa giró en redondo ocultando su rostro en un velo, mientras su cabello negro como el azabache volaba como un ala de cuervo. “Padre conoces que yo no me casaré con alguien a quien no ame, por qué seguir con una estupida tradición? Yo puedo reinar aquí como el mejor de los reyes y tú la sabes porque me enseñaste tú mismo”. “Romper las tradiciones no es posible, sobre ellas se cimientan el orden y la prosperidad de los reinos”. “No padre, no lo haré” “Ayer hablé con uno de mis médicos y me informó que sufro una enfermedad para la que sólo me da un año de vida y sólo seis meses de conciencia”. La princesa se paralizó, un abismo se cruzó en su corazón, sus mejillas sonrosadas se blanquearon como las nubes de estío y sus manos apretujaron indómitamente el pañuelo que llevaban. “No es cierto, tú eres fuerte como un roble, no es posible” “Hija, hay ocasiones en que el roble fuerte por fuera está carcomido por dentro”. Pensando en las difíciles y duras palabras que su padre le comunicaba Siki meditó, levantó los ojos y, con una lágrima que contorneaba sus tersas mejillas le respondió “Está bien padre, que sea lo que Vishnú desee, envía mensajeros a todos los reinos para que vengan príncipes que deseen desposarse conmigo, entre ellos escogeré el que merezca ser mi compañero hasta que mi cuerpo deba entrar al reino de Yama.
Y así se hizo, un ejército de mensajeros y heraldos recorrieron el mundo entero en caballos, camellos, elefantes y barcos para enviar la gran noticia que la princesa Siki, hija del rey Mida, buscaba esposo. En poco tiempo el reino de Num se vio invadido de una hueste de príncipes con su corte pretendiendo todos la mano de la princesa; con su llegada se inició un gran festejo en el que todos los príncipes hicieron alarde de fuerza, sabiduría y elegancia en los torneos organizados, todos los días llegaba a la sala del trono una nueva comitiva entregándole a la princesa los más bellos regalos que se podían encontrar en toda la tierra, joyas, telas, esclavos animales. A todas estas la bella princesa se dedicaba únicamente a pasear por el espléndido jardín ya acariciar las hermosas rosas que crecían en él, mientras escuchaba el melancólico trinar de las aves.
Ya había pasado un mes desde el inicio de los festejos cuando el rey Mida se acercó a su hija y le preguntó “Hija mía, has tenido tiempo suficiente para ver las cualidades de todos los pretendientes, creo que ya es hora de que decidas quién será tu marido”. “Padre, en mi presencia han desfilado los más bellos y apuestos príncipes que he visto en mi vida, los más diestros y prudentes, pero ninguno ha probado hasta ahora que me ama, todos están detrás del reino y creo que para ser mi esposo y ser el verdadero rey de Num deben probar que no quieren los honores sino que me buscan a mí, deberán pasar una gran prueba en la que no quede duda quien se merece mi mano y el reino”. “Qué prueba es esa hija mía?”. Le preguntó sorprendido el rey Mida ante la gran prudencia de su joven hija. “El príncipe que me merezca es aquel que traiga una rosa azul”. “En estos rosales en los que has paseado durante todo el tiempo de los torneos existen rosas rojas, amarillas, blancas y hasta del color del sol al atardecer, pero nunca he visto ni oído de una rosa azul”. “Padre yo necesito un buen esposo y el reino necesita una mano fuerte y prudente como la tuya, el príncipe que me traiga una rosa azul demostrará que reúne las dos condiciones”. “Está bien hija que sea como dices” dijo el rey y mientras se alejaba le decía a su esposa la reina Mandara “Nuestra hija es bella y prudente, me siento orgulloso de ella” “Nuestra hija aún no conoce el amor” sentenció la reina.
Al día siguiente los heraldos recorrieron los campamentos comunicando a los príncipes la determinación de Siki, muchos tomaron sus cosas y se marcharon en el acto diciendo: “¡Muchas lunas y soles recorrimos para desposar a esta bella princesa, no para correr tras quimeras ilusas, una rosa azul! ¡Ni en los prados de Brahma existe una rosa así!”. Otros decían “Dejé asuntos de estado inconclusos y no se me permite estar más tiempo alejado buscando una rosa azul, que sólo existe en la mente calenturienta de una muchachita loca y malcriada”. De esta manera fueron desfilando uno a uno los príncipes, hasta que sólo quedaron los príncipes Duryodana, Tvastri y Akbar únicos que se atrevieron a arrostrar cualquier clase de peligro con tal de encontrar la rosa azul que le permita casarse con la bella Siki.
Duryodana, el primero, tomó su corcel y cabalgó sin descanso bordeando el mar hasta la ciudad de Barahj, famosa por sus espléndidos joyeros y minas profusas, al llegar allí lo recibió el rey Kosala, gobernante de la región. “Salud noble príncipe – le dijo Kosala – ¿qué cosa tan imperiosa hace que alguien de su porte se desplace de su reino hasta estos remotos lugares?”. Duryodana le explicó la razón del repentino viaje y, conmovido, el rey Kosala ordenó al más experto de sus joyeros que tallara la rosa azul más hermosa que pudiera hacer en su vida. Seis días le tomó al orfebre realizar esta magna obra, al final salió a la luz una sublime rosa azul que destellaba con preciosas irisaciones cuando los soles la herían con alguno de sus rayos. “Creo que ante este portento la veleidosa princesa Siki quedará enamorada y tuya será su mano, adiós y buena suerte”. Con estas palabras despidió Kosala a Duryodana que inició su viaje inmediatamente, llevando cerca de su corazón la prenda que, para él, aseguraba la mano de la más bella princesa que había visto en su vida.
Al ver la princesa la rosa, la tomó entre sus brazos y admiró durante largo tiempo la bella de la gema. “Mi padre tiene en sus arcas joyas encantadoras traídas de los lugares más remotos e ignotos, desde Saba hasta Benarés, pero no por cierto una tan linda y bien labrada como esta. Pero no es mi rosa, mi rosa no es una piedra fría, lo siento príncipe Duryodana, no puedo casarme contigo”. Al escuchar esto Duryodana reconoció su derrota y se fue con la frente en alto por los elogios recibidos por la princesa.
Días más tarde partió con rumbo a las montañas el príncipe Tvastri, montando en un potro se interno en el Himalaya con la plena seguridad que sólo en un país desconocido podría encontrar una flor desconocida. Atravesó las más escondidas selvas, vio las rarezas más grandes del mundo[1], pero encontraba en ningún lado la hermosa rosa azul. Ya cansado y extenuado llegó hasta la cabaña de un pastor quien, extrañado de ver un príncipe por esos lugares, le interrogó y este lo puso al tanto de sus viajes. “Las mujeres son caprichosas, no es bueno para un hombre dejarse llevar por ellas – le dijo el pastor – lo mejor que puede hacer su majestad es teñir una rosa común y dársela a la princesa, verá como queda satisfecha”. Tvastri quedó complacido con la solución tan ingeniosa, la puso en práctica y le llevó a Siki una rosa teñida de azul, esta no se dejó engañar y le dijo “Oh gran príncipe Tvastri, nunca esperé que tan noble personaje utilizara medios tan burdos para lograr su objetivo, me ha defraudado al matar tan hermosa rosa con esa sustancia que la tiñó de azul, ningún insecto, ni abeja, ni mariposa, se podrá posar en él porque de inmediato moriría. Definitivamente usted no es el elegido”. Y con un gesto de la mano lo despidió. Tvastri, avergonzado al ser descubierto tan flagrantemente, recogió sus cosas y se fue.
Con optimismo en su frente y emoción en su mirada, Akbar enjalbegó sus corceles y partió con rumbo al dilatado imperio chino con la confianza que en tan inmenso imperio podría encontrar la esquiva flor. Al arribar a una de las comarcas más ricas del Yang – Tse – Kiang llegó hasta el palacio del mandarín de la comarca y le contó los pesares que le aquejaban. El mandarín, que se llamaba Siang, se conmovió con la historia del príncipe y convocó una junta urgente de todos los sabios y floricultores de la comarca y estos, al exponerles la situación, se devanaron la cabeza tratando de encontrar la ya famosa rosa azul, pero con resultado negativo. Triste, el príncipe Akbar montaba en su corcel mientras la luz del crepúsculo arrojaba tristes llamaradas en sus vestiduras, cuando Siang se acercó a él diciéndole. “Joven príncipe, no te vayas hasta haber agotado todas las posibilidades. Ordenaré al mejor de mis artistas que cree un jarrón con una rosa azul, cuando lo veas la voluble princesa Siki quedará tan prendad de él que tendrá que casarse contigo”.
Pasó un mes, en el que los árboles cambiaron de follaje y las aves emigraron, hasta que el jarrón quedara concluido. Al final el príncipe Akbar vio la obra de arte más hermosa que haya visto nunca. Emocionado con el regalo de Siang el príncipe Akbar partió iluminado por un espléndido amanecer.
Cuando la princesa vio el delicado jarrón tuvo que reconocer la belleza y el cuidado con que estaba fabricado. “Pero no es una rosa, gracias príncipe, este jarrón es digno de contener la rosa azul, pero no es la rosa que yo busco, no es usted el elegido”. En medio de la tristeza del rey Mida y del reino de Num en general, partió el abatido príncipe Akbar con rumbo a su país.
Pasó el tiempo, poco a poco las historias de los tres príncipes se convirtieron en relatos que los abuelos cuentan a los niños antes de dormir. La vida siguió en el reino, sólo el ánimo del anciano rey Mida se resentía al ver que sus fuerzas se agotaban día con día y que su hija parecía no interesarse por nadie. Un día, durante los festejos de la cosecha, llegó al reino un trovador para ganarse el pan con las canciones y romances, niños y viejos le hacían ronda extasiados por la pureza de su voz y la habilidad con que interpretaba sus instrumentos. Tal destreza llegó hasta los oídos del rey quien, para alejar un poco la melancolía que cada vez embargaba más su alma, lo mandó a llamar, el trovador se acercó a la corte quedando impresionado con tanta magnificencia y lujos, los más grandes nobles se reunieron para escucharlo y, en una silla de honor, se encontraba sentada la bella Siki. En el mismo instante en que vio el trovador a la princesa se enamoró de ella y por ello cantó los más bellos romances de amor que conocía, la corte lo escuchaba hechizada por las seductoras notas que se elevaban en el aire, como pequeñas mariposas ambarinas, hasta posarse en el velo sutil de la princesa Siki, quien, a su vez, sintió en el cuerpo un calor diferente, sintió que los ojos del trovador eran los únicos ojos que la veían y que deseaba que él cantar sólo para ella, asombrada, halagada e, inexplicablemente, dichosa no quiso decir nada y se abandonó a las delicias de la música que la acariciaba como si fueran pétalos de rosa.
Terminado el concierto el rey llamó al trovador y felicitándolo le dijo: “en toda mi larga vida no había escuchado tal excelencia en un músico, que pareciera que el mismo Vishnú hubiera descendido para deleitarnos con música celestial. Pide lo que desees de este reino que se te concederá de pago del disfrute que hemos tenido gracias a ti. ¿Dime qué deseas? Joyas, armas, vestidos”. “No majestad, no deseo nada de lo que me ha nombrado, sólo deseo la mano de esa bella princesa que es la que me ha inspirado la música que acabaron de oír”. Respondió el trovador señalando a la princesa Siki, inmediatamente un murmullo de indignación se desplazó por la corte cual ola caprichosa, hasta estrellarse en los oídos del rey. “Qué sinvergüenza es este trovador, cómo se le ocurre que la princesa Siki, que ha desechado los más apuestos príncipes lo acepte a él, un hombre de su casta”. Decían los nobles, con un gesto de su mano el rey acalló todas las protestas. “Di mi palabra y la sostengo, no me es innoble que alguien que pueda estremecer a la gente con tan excelsa música se convierta en mi yerno, sin embargo, para que alguien se case con mi hija primero deberá traer una rosa azul, como ella misma lo dijo”. “Si esa es la única condición, para mí no existe obstáculo, mañana traeré esa rosa azul”. Respondió el trovador y salió de la sala con gran seguridad mientras las miradas de la corte se fijaban en él y, especialmente la de la princesa Siki, quien por primera vez se arrepintió de haber colocado condición para que alguien la desposara.
Al día siguiente no sólo la corte y Siki esperaban ansiosas la llegada del misterioso trovador, también el pueblo entero, cuando se regó la noticia como yesca en un bosque seco, se volcó al patio del palacio para poder apreciar la rosa azul; los soles llevaban ya medio camino en el cielo cuando se presentó, envuelto en un gran manto, el trovador. “¡Traes la rosa azul!”. Le preguntó el rey, el trovador sólo sonrió asintiendo con la cabeza, se acercó al trono de la princesa y de su manto sacó una rosa que elevó al cielo. “Pero si es una rosa blanca común y corriente”. Comenzó a murmurar la gente decepcionada esperando ver la tan mentada rosa azul encontrándose con una vulgar rosa que podían ver, y hasta más hermosa, en cualquier jardincillo de la región. “No. Es la más maravillosa rosa con el azul más puro que he visto en mi vida”. Dijo emocionada la princesa. “Pero es blanca”. Decía la gente. “Si mi hija dice que la rosa es azul, es azul y punto”. Sentenció el rey Mida. En ese instante el trovador le extendió la rosa blanca a la princesa y, en el preciso momento en que esta la tomó entre sus dedos y se rozaron mutuamente la piel, ante los atónitos ojos de los espectadores, la rosa se convirtió de blanca al azul más bello que sobre la tierra se haya visto. Inmediatamente se empezó a arreglar todo para la boda en medio de la alegría del reino que ya tenía nuevo rey. Dos semanas más tarde se casaron con los festejos más fastuosos de los que se haya tenido alguna vez noticia.
Esa noche el rey Mida le dijo a la reina Mandara. “Esposa mía, en verdad que me pareció que la rosa era blanca cuando Rama – que así se llamaba el trovador – la mostró por primera vez a nuestra hija”. “Esposo mío la rosa era blanca, pero nuestra hija la vio azul porque así lo quería ella, porque estaba enamorada de Rama, el amor hizo que ella viera únicamente lo que quería ver y nada más”. El rey Mida cerró los ojos y elevó una plegaria en agradecimiento a Arriman, el dios del amor.




[1] En algunas narraciones se cuenta el encuentro del príncipe con el famoso yeti y de cómo pudo salvar su vida con una ingeniosa estratagema, pero eso es otra historia.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Identidad? cuál?


Pertenezco a una raza diferente. Nos han colocado muchos nombres y ni siquiera nosotros mismo conocemos nuestra real procedencia, nuestra historia se entrelaza con la historia d elos demás, no existe lugar del mundo donde no tenga un padre o una madre. No existe sociedad o cultura que no cobije de alguna manera mis ideas y no haya moldeado mi personalidad. Mi piel no es oscura ni tampoco clara, los tambores resuenan en mi pecho y las cítaras en mi alma. Mi mujer es igual a mi tan parecida a todos que no sabemos quienes somos nosotros mismos. Soy un mal llamado latino, soy sincrético es lo único que sé.
Hace poco encontré que en una región del país en que nací, soy de “nacionalidad” colombiana, una colcha de retazos donde no hemos tenido tiempo de saber dónde estamos y ya pretendemos creer que sabemos donde están los demás. Como iba diciendo en una región de mi país, el Quindío para ser exactos hace poco con respecto al momento en que escribo esto, el secretario de cultura del Departamento (que viene a ser algo así como una provincia), decidió que debía escogerse un símbolo escogiendo el Jeep Willys porque, en palabras que yo escuché puesto que lo ví en la televisión, “teníamos que escoger lo más auténtico que tenemos y el jeep lo es”1.
Y, claro, yo se lo creo. Yo le creo que un aparato que fue diseñado y creado en otro país diferente al nuestro es lo más propio que tenemos. Ya sé que van a decir algunos de mis compatriotas que el pasillo, el vallenato, el bullerengue, el sombrero vueltiao, y muchas cosas que nos muestran los medios de comunicación forman parte de nuestra identidad. Es cierto que forman aprte del acervo cultural que nos rodea pero todo, absolutamente todo lo que mencionado y las que he dejado de mencionar son simplemente reuniones de diferentes culturas, algunas de ellas arrasadas y desaparecidas por otras para generar algo que no es ni una cosa ni otra.
No piensen que soy fatalista, ni pesimista, simplemente creo que nos hace mucha falta en un mundo en el que existen naciones con miles de años de cultura, ojo que no he mencionado el folclor por el simple hecho que no creo en él, nosotros que a duras penas tenemos menos de doscientos de república y mucho menos de una “estabilidad” que permita iniciar cualquier proceso de formación.
Qué piensan ustedes de un presidente que simplemente cambia un carriel (objeto usual de Antioquia) por un sombrero vueltiao por el simple hecho de cambiar de región? Él es una muestra perfecta de un colombiano y, por extensión, de un latino.
Quizás un mexicano con sus años de luchas intestinas que culturalmente generan las rancheras y corridos, que digan lo que digan es una mezcla de música europea con sentimiento indígena pero no es ni una ni otra, o un argentino que dependiendo el sector es un pampero o un descendiente de italiano se levantaran a querer darme una bofetada. De pronto un peruano con su historia española de destrucción de las grandes tribus incas permitiendo la supervivencia de aquellas que fueron sometidas por estos va a querer mostrar en mis narices a Machu Pichu.
Yo también me siento orgulloso de todo esto, pero no dejo de pensar que no somos nada en particular, nada más en Bogotá existen grupos que tocan música totalmente diferente a la “nuestra” y en Barranquilla se habla de vallenato cuando este es de Valledupar y la salsa antillana es más cercana a la forma de ser de un costeño.
Por todo esto y por más insisto en que apenas estamos en una formación que es ardua, que es peligrosa y que no tenemos real idea para donde va. Por eso simplemente digo soy sincrético nada más.

martes, 6 de noviembre de 2007

Después de la batalla

Alas oscuras
incendian la tierra muerta,
árboles cenicientos
consumen el alba
comunicándose uno a uno
el porvenir de fuego y sangre
que recorre el suelo.

Nubes oscuras
elevan su clamor,
desguazan toda esperanza
sorbiendo la luz
que trata de germinar en la grieta.

Cabecea el rayo
en medio de la montaña,
vierte veneno el río sobre el mar.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Netlog | Link externo

Netlog Link externo

Este link supuestamente nos lleva a los 25 animales más raros del mundo, en realidad hacen falta:
Legis Honratus, el abogado honrado.
Homo Lealis, el hombre leal.
Femina Economa, la mujer ahorradora
En realidad hacen falta muchos más, pero de todas maneras será divertido ver esto.

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