viernes, 26 de junio de 2009

DIA DE ARROYO

Hacía calor. A través de las ventanas empañadas podía ver la calle cubierta con el agua sucia de los arroyos. Barranquilla era el único lugar del mundo conocido que tenía entre sus señales de tránsito una que mostraba medio carrito encima de tres líneas quebradas; esa señal significaba "arroyo peligroso". Juan recordó que en su lejana Bélgica Ben, su cuñado, siempre quiso ver qué tenían de especial esos arroyos. Había sido Natalia la que le había contado, entre beso y beso y entre sexo y sexo, sobre esa ciudad medio mítica y medio fantástica donde todo se detenía cuando comenzaba a llover, donde los arroyos cabalgaban sucios pero poderosos haciendo detener al más avezado de los conductores así estuviera encima de la mejor de las máquinas, y donde la lluvia no caía de arriba abajo sino de lado, Ben no se lo creía, Juan se imaginaba a su hermana cubierta por una sabana abrazando el cuerpo blanco de Ben contándole todo esto mientras el sol mediterráneo se colaba por la ventana dentro de ese contexto quién se podía creer esos cuentos? Lo que menos podía entender era que alguien quisiera ver el caos que significaba un aguacero en la arenosa. Cerró sus ojos para olvidarse de adónde iba.

En la fila del frente estaba una muchacha, el calor imborrable se había revuelto con la escasa lluvia que lo único que trajo fue más calor y los arroyos. Al verla Juan no se arrepintió ni del calor ni de la lluvia, era bella y el sudor hacía que una dulce camiseta se pegara a su cuerpo dejando imaginar más allá de lo que se veía, los labios endurecidos de mirar hacia la calle no la desmejoraban, al contrario le daban fuerza y vigor, sus ojos se le antojaban tormentosos pero antes de verlo como un defecto era algo que lo atraía aún más, " así como los marinos se sentían atraídos por Escila o Caribdis" pensó, sea como fuera ella lo llamaba desde el blanco de sus ojos.

Juan se levantó de su puesto entre tímido y osado y se sentó a su lado. Habían pocos pasajeros, una señora hablaba del calor y un señor al lado le respondía de los arroyos, era lo mismo pero al revés en el idioma que solamente un nacido en esta ciudad podía entender. Más allá un niño lloraba mientras la mamá le sonaba un manotazo para que llorara con gusto, detrás de ellos solo sillas vacías, adelante el conductor con barriga desparramándose por la cabrilla escuchaba maliciosamente los comentarios del último partido de fútbol.

  • Hola, vas tarde? – le dijo, tratando de inventar una excusa para iniciar una conversación.

Afuera la lluvia no menguaba cada vez eran menos las personas en la calle.

  • A dónde? – le respondió esquiva sin mirarle a los ojos.

El sol débilmente se había dejado ver entre dos nubes pero fue cerrado rápidamente por la brisa.

  • No sé, a dónde vayas me imagino que el arroyo te detuvo igual que a todos.

"lluvia con brisa", pensó, esto está mejorando.

  • Ah sí, pero no es gran deducción cierto?

Un relámpago atronó dentro del bus, todos saltaron.

  • Pero sí un motivo para iniciar una conversación. – como si no hubiera escuchado el trueno.

La mirada de la pelada se dirigió asustada a través de la ventana.

  • No te preocupes, al tener llantas de caucho es difícil que, si nos cae un rayo, nos pase algo. – dijo Juan haciendo alarde de la sabiduría popular desconociendo realmente si era cierto o no lo que decía.
  • No es eso.- le respondió ella de manera directa por primera vez. - no sientes algo? Como si el bus se moviera.

Juan, dentro de su papel de perdonavidas miró con aire de suficiencia a la calle. El nivel del arroyo había subido pero todo parecía normal. De pronto, sintió un tirón que casi lo tumba, el arroyo no solamente había aumentado su nivel, también había aumentado su fuerza. Se dio cuenta de la dificultad en que se encontraba, a pesar de estar en un "Coochofal", uno de los buses más grandes que hay en la ciudad, el arroyo no tendría problema alguno en arrástralos junto con sus ocupantes hasta el mismísimo "puerto mocho" lugar donde desembocaba. Se dio cuenta que el conductor había detenido el bus en la mitad de otro arroyo, que si bien al principio del aguacero estaba calmo, ahora se enfrentaban en un rudo abrazo marrón – gris –sucio, con el principal que supuestamente evitaban.

  • Te das cuenta que este era otro arroyo? – le gritó al conductor - vámonos de acá cruza por esta o nos lleva!

El conductor no le dijo nada porque sabía que tenía razón, intentó dar marcha atrás con el bus para meterlo en una calle lateral, pero ya era tarde. "Llegó la punta" pensó desesperadamente Juan, era el comienzo de todo arroyo blanquecina y fuerte, nada la podía detener, era como una mujer obsesiva y celosa. Todos comenzaron a gritar, incluyendo al conductor y hasta Juan que no se escuchaba hasta que se vio en el retrovisor del bus con la boca abierta emitiendo un sonido inaudible para su mente. Cerró los ojos y comenzó a pensar, se dirigió a la ventana de emergencia, supuestamente una patada la podía separar inmediatamente. Le dio una, dos, tres y nada.

  • Nojoda, esta no es una ventana de expulsión, cómo carajos pasaron el examen? – el conductor no dijo nada sino que ayudo a Juan a empujar la ventana. Ahora parecían un extraño barco siendo arrastrado por la corriente.

Afuera, en la acera comenzaron a aparecer los de siempre. Los vecinos preparados con cuerdas y otras cosas a tratar de salvarlos. Ellos sabían que esta escena era inevitable, podía ser un conductor imprudente o uno descuidado, pero siempre en esa cuadra en época de lluvia iba a ser arrastrado alguien así que estaban preparados.

Un hombre delgado y fibroso tiró el cabo de una cabuya, la amarraron a un poste. Llegó otra y otra ahora sí podían pasar del bus siendo arrastrados por los vecinos. Así sucedió, uno a uno fueron llevados a la acera convertida en improvisado muelle, mientras tragaban agua sucia y pedazos de todo. Solo faltaban Juan y la muchacha, el conductor fue de los primeros empujando a todos. Cada uno agarrando una cabuya se tiraron para llegar al otro lado. Sabía Juan que se dañaría el celular y su ipod pero de malas! Se lanzó con los ojos cerrados, aspiro agua sucia y llegó a la acera.

Al levantarse se dio cuenta que los gritos que sonaban no eran igual, la muchacha se habían soltado de su cabuya y era arrastrada cada vez más por el arroyo, su cuerpo delgado y delicioso golpeó contra el bus lo que la detuvo. Sin pensarlo Juan se amaró una cabuya en la cintura y se lanzó por ella, el arroyo estaba fuerte y no lo dejaba ver. La muchacha estaba en el estribo aferrándose desesperadamente al bus, allí llegó Juan y la abrazó fuertemente, agradeció su poco peso, en el otro lado los demás los fueron halando poco a poco hasta llegar magullados, mojados y sucios pero vivos.

  • Me llamo Ana – le dijo la muchacha mientras le daba un beso - gracias.

Con el beso todavía latiendo en la mejilla Juan se despertó.

  • Nojoda levántate flojo, te pasaste el aguacero durmiendo! - le grito Rafa su compañero de cuarto.
  • Mucha lluvia? Mira la vaina jodida que soñé – Le respondió Juan secándose el último girón de sueño de la cara.
  • Qué pasó? - le respondió Rafa que veía el noticiero – los arroyos se llevaron dos carros y un bus, mira en este casi se llevan a una pelada, un man se tiró y la salvó.
  • Cómo? – dijo Juan con la boca seca - cuando pasó eso?
  • Mientras dormías mijo! Mira lo están pasando otra vez.

Cubriendo la pantalla entera del televisor aparecía la imagen de una mujer de labios endurecidos y ojos tormentosos que lo llamaban.

lunes, 1 de junio de 2009

PERSECUSIÓN


Estaba inquieto. Toda la mañana había dado vueltas de despacho en despacho temiendo encontrar algo inesperado, una fecha no anotada a tiempo, una decisión sobre la cual no se pudiera hacer nada.
Como siempre encontró que de los cientos de procesos que vigilaba solo dos habían avanzado y ninguno de manera imprevista.
Pero la sensación, un latido alterno del corazón que dolorosamente se extendía hasta el codo y llegaba a las manos, proseguía.
Al salir a la calle el calor lo invadió, decidió no tomar gaseosa, hay que controlar el colesterol, agua o "fruta no procesada" como decía Miguel. Cuando tomó los primeros sorbos de agua igualmente se intensificó la idea de que algo iba mal. Recordó el cuento aquel de la señora que sueña que va a pasar algo y, a fuerza de repetirlo, la idea se esparce por el pueblo que termina siendo destruido por el éxodo paranoide que generó el rumor. Esta vez no se sonrió. Revisó las innumerables listas de cosas por hacer que tenía para verificar que todo estuviera bien y que nada se le hubiera pasado. Nada.
La sensación latía ahí.
Ya antes le había pasado, un informe no entregado, un escrito no presentado podían desatar el apocalipsis sin límite alguno. Eso era lo que temía, había aprendido a seguir a sus instintos, tan imprescindible en su trabajo, pero no había aprendido a evitar los riesgos. Con el mediodía llegó el almuerzo, el calor aumentó, vio las noticias, jugó con su hija, regresó a la oficina. Su escritorio repleto de papeles era caldo propicio para la aparición de errores (riesgos). Lo "organizó", pero no encontró nada fuera de lo común. Iba a tomar tinto pero decidió, por el calor, servirse agua, volvió a su escritorio, encendió el computador y comenzó a trabajar.
El latido seguía ahí. La sensación se escondía ahora en esa parte de la vista a un costado del ojo donde no alcanza la conciencia a distinguir una sombra.
Llamó clientes, envió correos; el reloj marcó las 6:00 p.m., se fue para su casa encontrando en cada paso la sensación de catástrofe que lo dominaba de la mañana. Cuando llegó a su casa discutió por cosas banales con su mujer. Se contentaron. Tomó su cena, ella recogió sus platos. Era un día más.
Se lavó los dientes siguió a su cama más tranquilo. Se desvistió para dormir, sabía que, por lo menos ese día, no había cometido un solo error. En la cama revisó las listas del día siguiente. La sensación no había desaparecido pero la razón le decía que no podía suceder nada. Cerró sus ojos.
Fue ese el instante que escogió el dragón para atacarlo.

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