martes, 24 de agosto de 2010

CANCIÓN IV


Esto no es una canción

para mí lo es,

un cadáver exquisito que ronda la membrana que cubre mi cuerpo,

gritando desde cada uno de los poros de la costra que llamo alma.


Primero deja exculparme:


No tengo culpa de nacer

como soy.

Un hombre con sueños

que se deslizan en la penumbra,

que alcanzan los abismos,

que luchan y mueren.


No tengo la culpa de querer resbalarme en tu mirada,

atrapar tu sonrisa

dentro de mi piel y mi carne.


No tengo la culpa de

tus decisiones,

tus miedos,

tus ansias

y esperanzas.


No tengo la culpa

(O si?)

de que no me dejes tocar

tu cariño

y que decidas que soy

un hombre más, un hijo de hembra

buscador,

cazador

y destructor.


Ahora déjame cantar lo que no puedo:


No puedo cambiar mi cuerpo

(ni lo deseo).

Aunque sí esos dos o tres kilos de

más

que hace años me acompañan

y que no me dejan a pesar de

mi soledad.


No puedo traspasar tu muralla, cruzar tus fronteras,

destruir tu selva,

si no me dejas.


No puedo, ni quiero,

desechar mis sueños.

Son mi alimento y mis ganas

de vivir.

Han caminado y descaminado

mis turbios senderos,

se han vestido de flores y lodo,

han crecido y avejentado

junto conmigo.

No soy desleal, no los dejaré.


No puedo, por última vez,

dejar de emocionarme

al leve roce de tu blancura.


Ahora, por último,

déjame expulsar ,

de adentro de mis vísceras,

lo que quiero,

aquello que oscuramente fluye desde lugar inequívoco, sube hasta casi llegar mi boca pero se atora en mi

garganta haciendo que muerda las paredes de mis miedos:


Quiero una noche de estrellas,

vino y música,

donde nos olvidemos

de todos nuestros miedos, prevenciones,

confusiones,

miradas,

infortunios,

acreencias,

débitos,

muertes,

donde sólo estemos los dos,

los verdaderos que han vivido

dentro de cada uno

y dentro del otro,

donde nos veamos como somos: hombre,

mujer y,

al fin y al cabo,

humanos.

Buscador

Google