Esto no es una canción
para mí lo es,
un cadáver exquisito que ronda la membrana que cubre mi cuerpo,
gritando desde cada uno de los poros de la costra que llamo alma.
Primero deja exculparme:
No tengo culpa de nacer
como soy.
Un hombre con sueños
que se deslizan en la penumbra,
que alcanzan los abismos,
que luchan y mueren.
No tengo la culpa de querer resbalarme en tu mirada,
atrapar tu sonrisa
dentro de mi piel y mi carne.
No tengo la culpa de
tus decisiones,
tus miedos,
tus ansias
y esperanzas.
No tengo la culpa
(O si?)
de que no me dejes tocar
tu cariño
y que decidas que soy
un hombre más, un hijo de hembra
buscador,
cazador
y destructor.
Ahora déjame cantar lo que no puedo:
No puedo cambiar mi cuerpo
(ni lo deseo).
Aunque sí esos dos o tres kilos de
más
que hace años me acompañan
y que no me dejan a pesar de
mi soledad.
No puedo traspasar tu muralla, cruzar tus fronteras,
destruir tu selva,
si no me dejas.
No puedo, ni quiero,
desechar mis sueños.
Son mi alimento y mis ganas
de vivir.
Han caminado y descaminado
mis turbios senderos,
se han vestido de flores y lodo,
han crecido y avejentado
junto conmigo.
No soy desleal, no los dejaré.
No puedo, por última vez,
dejar de emocionarme
al leve roce de tu blancura.
Ahora, por último,
déjame expulsar ,
de adentro de mis vísceras,
lo que quiero,
aquello que oscuramente fluye desde lugar inequívoco, sube hasta casi llegar mi boca pero se atora en mi
garganta haciendo que muerda las paredes de mis miedos:
Quiero una noche de estrellas,
vino y música,
donde nos olvidemos
de todos nuestros miedos, prevenciones,
confusiones,
miradas,
infortunios,
acreencias,
débitos,
muertes,
donde sólo estemos los dos,
los verdaderos que han vivido
dentro de cada uno
y dentro del otro,
donde nos veamos como somos: hombre,
mujer y,
al fin y al cabo,
humanos.