miércoles, 13 de agosto de 2008

Trastornos








La noche caía rauda sobre las montañas.

El montañés, sobrio y paciente subía como una abeja a su panal resaltando en el árido paisaje. Sobre el cielo fulgurantes llamaradas cruzaban las nubes como si en él una titánica batalla se librara; sobre este guerrero telón un gran castillo, más que grande gigante, se recortaba sobre el paisaje. Diminutas ventanas se encendían y apagaban continuamente en su interior pareciendo a lo lejos luciérnagas revoloteando en un prado.



El delgaducho hombre se irguió delante del pozo del castillo, esperó que el puente bajara chirriando como si miles de grillos estuvieran en su interior y cantaran al unísono. Cayó pesadamente el antiguo puente, el hombre caminó erguido y rápido, respiraba velozmente y su cuerpo se movía con un ritmo infernal, sus ojos se agrandaron y sus vasos sanguíneos intentaban salir del yugo ocular.



En el cielo las nubes se separaron dejando que un pequeño rayo lunar cayera al espacio iluminando blandamente al hombre, al instante su piel pareció estar en punto de ebullición, sus facciones se alargaron su cuerpo cayó y un aullido terrible sacudió la montaña y el castillo.



La oveja dormía blancamente y no sintió cuando el enorme lobo le cercenó la garganta arrastrándola hacia las montañas como un informe saco de papas rusas.

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