lunes, 1 de junio de 2009

PERSECUSIÓN


Estaba inquieto. Toda la mañana había dado vueltas de despacho en despacho temiendo encontrar algo inesperado, una fecha no anotada a tiempo, una decisión sobre la cual no se pudiera hacer nada.
Como siempre encontró que de los cientos de procesos que vigilaba solo dos habían avanzado y ninguno de manera imprevista.
Pero la sensación, un latido alterno del corazón que dolorosamente se extendía hasta el codo y llegaba a las manos, proseguía.
Al salir a la calle el calor lo invadió, decidió no tomar gaseosa, hay que controlar el colesterol, agua o "fruta no procesada" como decía Miguel. Cuando tomó los primeros sorbos de agua igualmente se intensificó la idea de que algo iba mal. Recordó el cuento aquel de la señora que sueña que va a pasar algo y, a fuerza de repetirlo, la idea se esparce por el pueblo que termina siendo destruido por el éxodo paranoide que generó el rumor. Esta vez no se sonrió. Revisó las innumerables listas de cosas por hacer que tenía para verificar que todo estuviera bien y que nada se le hubiera pasado. Nada.
La sensación latía ahí.
Ya antes le había pasado, un informe no entregado, un escrito no presentado podían desatar el apocalipsis sin límite alguno. Eso era lo que temía, había aprendido a seguir a sus instintos, tan imprescindible en su trabajo, pero no había aprendido a evitar los riesgos. Con el mediodía llegó el almuerzo, el calor aumentó, vio las noticias, jugó con su hija, regresó a la oficina. Su escritorio repleto de papeles era caldo propicio para la aparición de errores (riesgos). Lo "organizó", pero no encontró nada fuera de lo común. Iba a tomar tinto pero decidió, por el calor, servirse agua, volvió a su escritorio, encendió el computador y comenzó a trabajar.
El latido seguía ahí. La sensación se escondía ahora en esa parte de la vista a un costado del ojo donde no alcanza la conciencia a distinguir una sombra.
Llamó clientes, envió correos; el reloj marcó las 6:00 p.m., se fue para su casa encontrando en cada paso la sensación de catástrofe que lo dominaba de la mañana. Cuando llegó a su casa discutió por cosas banales con su mujer. Se contentaron. Tomó su cena, ella recogió sus platos. Era un día más.
Se lavó los dientes siguió a su cama más tranquilo. Se desvistió para dormir, sabía que, por lo menos ese día, no había cometido un solo error. En la cama revisó las listas del día siguiente. La sensación no había desaparecido pero la razón le decía que no podía suceder nada. Cerró sus ojos.
Fue ese el instante que escogió el dragón para atacarlo.

No hay comentarios:

Buscador

Google