miércoles, 8 de diciembre de 2010

La borrasca de la madrugada

madrugada bquilla

Hace tanto tiempo que parece que fuera mañana, salí al balcón de un apartamento, era madrugada, algo así como las 4 y media o 5 de la mañana, el alcohol se sentía en mi piel y en mi aliento. Cuando miré hacia el cielo lo vi plomizo, oscuro como caballos negros galopando a través de las montañas. sentí el frío en los pulmones al darme cuenta que ya no estaba en mi pueblo, que estaba lejos, muy lejos, los colores naranja, amarillos, rojos encendidos cruzados con algunos negros leves que los resaltaban, violetas, blancos que caracterizan la madrugada de mi pueblito.

Mi madre, mi esposa y mi padre siempre me han preguntado por qué me gusta amanecer, siempre les he dicho que la conversación con mis amigos me acronal y que nadie se da cuenta cuando llega el día sino cuando se enciende el cielo en una explosión gigantesca que por poco nos tumba al suelo no de la borrachera sino de lo impactante.

Mentira, no amanezco, nunca lo he hecho por la conversación, es cierta la entretención pero no fundamental, lo que yo busco es mirar una vez más la borrasca de colores de la madrugada. cuando todos despiertan y las calles reviven con el vendedor de empanadas, con el campesino que cambió el burro por un colectivo, con el bus, el primer bus, el de los “bolleros” que es el único que huele a limpio y uno ve las caras adormiladas aún que se estrellan contra la ventanilla hurgando por el último rescoldo de sueño.

Eso, unido a la inmensa batalla lumínica sobre nuestras cabezas, hace ese instante único, capaz de remover el instante de vida en que nos encontramos, puede, entonces, uno sonreír, tomarse el último trago de cerveza o de ron, tragarse un pedazo de empanada con suero y largarse lentamente para la casa a forzar un sueño que no se necesita (el cuerpo sí pero no el alma), mientras todos lo miran reprobando la vida licenciosa de ese joven.

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