EL DIABLO Y LA CRUZ DE MAYO. 1ª Parte
Cruz de Mayo actual, era más grande, pero aún permanece en su lugar. |
Pronto estará en su casa, sin embargo, siente que algo está
mal, la parte límbica de su cerebro así se lo indica junto con algunas señales
confusas de peligro que apenas logra percibir. Un sonido en alguna cerca, un
olor extraño en las cercanías nada concreto pero sí extraño. Giró a su
alrededor y no vio nada, todas las puertas de madera cerradas, todas la velas
apagadas, todos los sonidos acallados. Nada le mostraba que pasara algo pero la
sensación persistía allí agazapada en algún sombrío cuarto de su mente.
Siguió su camino.
De repente, de adentro de la oscuridad escucha un sollozo,
leve, casi etéreo. El sonido viene del final de la calle, donde se estrella con
la vía al puente que está a dos pasos. Débilmente agarra su mochila y trata,
inútilmente, de apurar el paso. Sabe que tiene que pasar por ahí, sabe que algo
está mal porque es tarde y los vapores del ron ya se le escaparon, pero también
sabe que no puede hacer nada, que es inútil cualquier resistencia, que ya ha
perdido. Camina hacia la oscuridad esperando lo peor.
Es un niño.
Encuentra un niño llorando precisamente en el cruce de las
calles. Un niño oscuro como el carbón, solitario y con miedo en mitad de la
noche; parece un Lalito de dulce que alguien dejó botado en la calle. Él
exborracho suspira dejando de lado cualquier aprehensión para acercarse a la
figura que lo espera como si fuera su última esperanza.
Entonces, cuando lo toma de la mano a ver qué pasa, siente
como esta crece y se hace pesada, los ojos del oscuro infante se enrojecen como
ascuas recién encendidas en medio del carbón de su piel. Todo él aumenta de
manera desmesurada, incomprensible. Es en ese instante en que nuestro
exborrachín se da cuenta que se encontró con el diablo y que no tiene otra
opción que el…
Desmayo.
Así, más o menos, me contaron que, donde está ahora la Cruz
de Mayo, se aparecía el diablo. Algunas veces era un niño, un negrito, otras
perros infernales, siempre con ojos rojos, pero a estos animales les salía
fuego de las fauces; en otras ocasiones era simplemente una bola de fuego que
atacaba a su víctima sin llegar a tocarla pero sin dejar de perseguirla. Era un
castigo, decía el cura del pueblo, un castigo que desapareció cuando el mismo
cura consagró el lugar y puso una cruz de recordatorio. Esa es la Cruz de Mayo.
Allí está aún, a veces pintada, a veces descascarándose, pero siempre vigilante
ante los ataques del demonio.
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