jueves, 15 de febrero de 2007

Te regalo la luna

Parte 1 Lucy, hija de la luna
Lucy se despertó esa mañana recordando a su abuela cuando le contaba por qué se llamaba Luna. Eso no era nada anormal, casi todas las mañanas se acordaba de ella. Había muerto hacía unos años apenas y aún no había creado esa costumbre de olvidarse de los muertos ni de dejarlos en el lugar donde deben estar, en el altar secreto del alma. A pesar de eso, en esa oportunidad, sentía su presencia diferente parecía que la voz de la anciana aún resonaba en su cabeza diciéndole “Naciste durante un eclipse de luna, esa es una señal importante”. Miró al techo tratando de descifrar el enigma pero se dio cuenta que era inútil. Alargó la mano para tomar su libreta de notas y registrar el sueño, al pie de la hoja escribió: “Todo tiene su tiempo, todo tiene su lugar, cuál es el mío?”
Cuando se levantó de la cama tuvo el cuidado de hacerlo por la parte indicada, no quería atraerse la mala suerte y menos ese día, iba a salir con Federico y no estaba segura de cómo podían salir las cosas. Él le gustaba mucho pero, con lo que decía, la forma como menospreciaba sus creencias y su actitud de conocedor de todo, no podía asegurar que las cosas pudieran funcionar para ellos. Además, ella estaba segura que hoy le pediría nuevamente que se acostara con él y eso la decepcionaría aún más.

Federico salió del baño. No se había secado muy bien así que en su interior esperó que su madre lo regañara por estarle mojando el piso. El grito nunca llegó. Aún no se había acostumbrado a vivir solo. Era una decisión que había tomado apenas comenzó a trabajar. No quería ser carga para nadie y, aunque no dejaba de visitarlos todos los fines de semana, siempre quiso ser independiente. A pesar de eso era difícil soltar costumbres ancladas por décadas de convivencia.
Con la toalla aún chorreando entró a su cuarto y sacó la ropa que se iba a poner, tenía que verse matador hoy se iba a encontrar con Lucy. No sabía que tenía esa pelada pero lo mataba. Él, que no creía en nada de astros, ni en santos, ni demonios, era capaz de escuchar a un charlatán hablando sobre el cuerpo astral y otras pendejadas si estaba al lado de ella dejándole respirar la belleza serena que esparcía por doquier. Hoy le iba a pedir que se viniera a vivir con él.

La figura del hombre era delgada, debajo de las sabanas se podía prefigurar cada una de sus costillas “parezco un xilófono” pensó al tocarse con dedos ansiosos el costado. Se levantó por costumbre, por no querer taparse otra vez con la sábana y evitar sentir que la vida va corriendo sin que él pudiera detenerla. Sabía perfectamente que si se quedaba en la cama todo sería peor. Estaba desnudo completamente, sintió el jalón en el estómago. “Algo tengo que hacer”. Se miró en el espejo, sus ojos traspasaban el vidrio desgarrando el pecho, sabiendo que era un perdedor, que no tenía forma honorable de salir de su problema.

Lucy encendió las velas del rincón, la roja del amor destelló inmediatamente lo que hizo que sonriera.

Federico revisó el computador viendo los trabajos que tenía para ese día, apagó su cigarrillo y salió para la calle, antes de salir limpió un poco el polvo que se había acumulado en el cuadro de Einstein que tenía a un costado de la sala.

El hombre tuvo que explicarle a gritos a la dueña de la pensión que le importaba un carajo si no le abría cuando regresara porque él no tenía intenciones de hacerlo.

El lugar era oscuro, apenas podían verse las siluetas de los que se encontraban allí, de vez en cuando la luz de la linterna de uno de los meseros indicaba que alguien había pedido algo, quizás hasta se había solicitado un servicio “especial”.

El borracho sonrió al recibir la botella de ron, asintió felizmente ante todo lo que le decían.

Federico tomó las manos de Lucy, delicadamente le besó cada uno de sus dedos mientras acercaba su cuerpo al de ella, sintió que ella temblaba, que esperaba que él le dijera algo, una mano bajó hasta las piernas de ella que se tensaron inmediatamente ante el roce, pero no se movió. Acercó su cara hasta sentir su respiración golpearle la cara; su aliento olía a hierbabuena mezclada un poco con ron Medellín, no quiso darle un beso apasionado sino uno delicado como si los labios de ella fueran pétalos y él temiera deshacerlos. Subió su mano por su espalda y la pasó a su vientre tratando de alcanzar su pecho.
- Vamos Lucy.
- ¿Adónde? – Dijo ella separándose de él.
- Pues... donde podamos estar solos.
Ella se tensó aún más y se separó hasta casi llegar al borde del sofá.
- Hoy tampoco puedo. Revisé el horóscopo y...
- Los astros no te favorecen – repitió él a coro junto con ella. – eso es lo que siempre me dices, sabes que yo no creo en esas cosas y te...
- Pero yo sí y si me quieres me tienes que aceptar con todo. – Le cortó ella bruscamente. Federico tomó la botella y se sirvió un trago. Después de unos segundos la miró.
- Vámonos.
- O sea, que si no es para “eso” no podemos estar juntos.
- No hables así Lucy. – Respondió agriamente. – Si no nos hemos separado en todo este tiempo no lo voy a hacer ahora, simplemente no quiero estar más acá.
Se levantó y metió la botella en su morral.
- ¿Vas a seguir tomando?
- ¿Hay otra cosa que hacer hoy?
Ella no dijo nada.
- Puedes adelantarte, voy a subir a la oficina a ver si me llamó un cliente. Nos vemos a la noche.
- Eso si todavía te perteneces.
- Ahora mismo no pertenezco a nadie, ni siquiera a mí.
- ¿Estás molesto?
Él no dijo nada, se acercó a la barra y pagó, esperó que ella llegara para salir.

La mujer con estrellas en el cabello recibió los papeles, los miró inquisitivamente.
- Estos no son los que pedí.
- Pero son los de este día, puedes? Es por ella.
- Está bien.
Sonrió mientras recibía los papeles.

El hombre había recorrido por enésima vez la cuadra. Había visto detenidamente los diferentes negocios. El billar del flaco, la gente entraba y salía de él con el mismo rostro que él tenía, lo desechó incluso antes de pensarlo; la peluquería de la hippie; la compraventa “La Máxima”, le atraía el dinero que se movía constantemente en ese lugar, no le atraía el revólver que portaba el tipo parado en la puerta que se rascaba los dientes con un palillo.

Federico y Lucy, a pesar de trabajar en la ciudad no vivían ahí, ella por el bullicio de la urbe que no lo soportaría las 24 horas, él por la comodidad económica que, según su parecer, existía en los pueblos. Por lo regular viajaban juntos así que ella se sintió incomoda al subirse sola al bus que la llevaría al pueblo. Siempre había pensado que el momento de elección del puesto en un bus intermunicipal era importante, primero si te daba el sol o no, segundo si veías a alguien con quien quisieras viajar o todo lo contrario cómo evitar a alguien fastidioso. Si se escogía un lugar con los dos puestos vacíos el azar te daría el pasajero. Ella siempre prefería el azar, “que sea la suerte la que decida con quién viajo” se decía.

Federico caminaba por las calles (en su cabeza sonaba el Fantasma de Canterville) se acercó una gitana a leerle la mano, él la apartó de un empujón
- ¡Quítese de mi vista! Ustedes son capaces de inventar lo que sea para sacarle plata a la gente.
Siguió caminando llevado por la borrachera, de pronto se detuvo se tomó un trago de la botella a pico y sonrió.

- ¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
- Sí. Y me vas a ayudar
- Hombre ella no me conoce.
- Por eso.
- Estás loco.
- Por ella.
- Ojalá esto no se complique.
- No va a suceder.
- Allá tú.
- Me vas a ayudar.
- Está bien.

El CAI donde dos policías somnolientos miraban pasar a las muchachitas en minifalda dominaba todo el sector, pero para qué preocuparse? El sol le pegaba en su espalda. Sentía como el sudor se convertía en agua en su piel. Un día entero sin comer, nojoda ni siquiera cuando estaba con los “manes” pasó un día sin comer quizás sin descansar, quizás comiendo lo mismo, pero sin comer nunca. El revólver comenzó a golpearle la ingle, miró a todos lados y de un rápido movimiento lo pasó para la espalda.

- ¿Me puedo sentar con usted?
- Claro. El puesto no es mío es del bus.
- Pues sí. ¿Qué hora es?
- Son casi las siete de la noche.
- Parece que no va a llegar.
- ¿Quién?
- Él.
- No espero a nadie.
- No parece por la forma en que mira.
- Por fin arrancó el bus.
- Usted siempre es así?
Silencio.
- Déjeme adivinar su signo
Mirada inquieta.
- Por su silencio, lo bella sin pretensiones que es y lo melancólica que parece debe ser a ver... Cáncer?
- Cómo lo supo?
- Se ve que usted es afectada por la Luna por eso.
Silencio perturbador.
- Mírela allá a lo lejos como pegada al cielo. Es un plato o un balón, es de plata o de mármol? Nos guía o nos pierde? No lo sé, en todo caso es bella cierto?
Silencio inquieto
- Sabe? Se la regalo
- Qué cosa?
- La luna. Le regalo la luna.
- Eso no se puede.
- Y por qué?
- Porque no es de nadie o mínimo de los gringos.
- Que yo sepa no es de los gringos y si no es de nadie y yo digo que es mía es mía. No se ha leído el Principito acaso?
- Claro, el comerciante.
- Entonces si digo que es mía es mía. Y ahora se la regalo a usted.
- Y que puedo hacer yo con la luna.
- No sé. Lo que quiera. Ahora es usted dueña de la luna y ella la debe obedecer y no viceversa.
- Qué quiere decir con eso?
- Me tengo que bajar ya llegué
- Cómo se llama?
- Gabriel
- Oiga!
Ese encuentro la había afectado no sabía qué decir. Según podía recordar Gabriel era el Arcángel de la Luna, qué curioso! Qué casualidad! Pero la casualidad no existe. Qué quería decir con todo eso? Quiso recordar la mirada de su excompañero de viaje pero no pudo, su rostro se iba desdibujando poco a poco. Únicamente quedó flotando en su cabeza las palabras de él “Ahora es usted dueña de la luna y ella la debe obedecer y no viceversa”.

Al día siguiente no tenía que ir a trabajar así que decidió ir a la peluquería. Siempre iba a la misma, “Pentágono”, de propiedad de su amiga Diana. Había escogido esa de entre todas no sólo por el nombre bastante raro para una peluquería sino porque era prácticamente una peluquería de la nueva era. Perfumada con incienso, arreglada de acuerdo al feng shui y, sobre todo, le entregaba a toda la clientela una copia de su horóscopo diario. De dónde sacaba Diana el horóscopo nunca lo había revelado. Era una exhipie que no tuvo el valor de seguir a su comuna por allá en los finales de los sesenta y se quedó a vivir en el pueblo haciendo oídos sordos de los comentarios de la gente que la miraba indecisa entre catalogarla como puta o bruja. A Diana no le importaban los motes que le endilgaban porque después de tantos años ya comprendía la dúctil idiosincrasia de los habitantes del pueblo. Para tener que pagar sus cuentas decidió abrir ante los ojos asombrados de todos la ya nombrada peluquería en donde se ufanaba de arreglar no sólo el exterior sino el interior de su clientela.
Cuando iba llegando a la peluquería Lucy se tropezó con Orlando, el loco Orlando, uno de los tantos personajes del pueblo. Orlando se pasaba seis meses recluso por su propia voluntad en su casa y los otros seis meses tomando, declamando poemas de García Lorca que iba degenerando hasta convertirlos en irreconocibles y haciendo discursos improvisados remedando a los politicastros de turno que ya se habían aburrido de mandarlo a encarcelar por irrespeto a la autoridad e incluso, algunos en época de elecciones, en secreto lo instaban con una botella de ron barato a que atacara a sus enemigos. Orlando interceptó el camino de Lucy.
- Ah! La niña de la luna – le dijo con su boca pastosa – mira, esta botella es por ti. La mujer que es seguida por la luna – tomó un trago, Lucy tratando de evadirlo sin poder evitar el zigzagueante andar del borracho – para ti son los aretes de la luna.
- Por qué dice eso?
- Porque no son todos los que están ni están todos los que son.
- Cómo?
Pero era inútil. El loco comenzó a cantar “Los aretes de la luna” mientras dejaba escapar a Lucy inquieta ante las frases del loco que ya había encontrado a otra víctima, lo extraño es que Orlando siempre pedía para otra botella y en esta ocasión ni siquiera había hecho el intento.

La peluquería de la hippie. Maneja dinero, no tiene mucha seguridad y casi siempre a estas horas anda sola.

Cuando Lucy llegó al “Pentágono” aún estaba inquieta por lo sucedido el día anterior y ahora con el loco, no le prestó mayor atención al tipo que la veía desde el otro lado de la calle.
- Qué te pasa?
- Es que cuando venía para acá se me atravesó el loco Orlando y...
- No le pares bola sabes que el aura de él está confundida y le va a tocar renacer siete veces para arreglar todo lo que ha hecho en esta vida.
- Ya te llegaron los de este día?
- Si, hoy llegaron más temprano que nunca. Qué quieres que te haga hoy? Te veo perfecta. Déjame sentirte – le pasó sus manos por el rostro y el cuerpo sin tocarla – tu aura está un poco perturbada estás de pelea con Fede?
- Más o menos – le respondió algo inquieta porque, a pesar de todo, no le gustaba dar explicaciones a nadie de sus cosas – sabes como son los hombres.
- Sí, mira el del día está sobre el escritorio.
Lucy se acercó al escritorio repleto de velas, inciensos, pebeteros, cuarzos y otras curiosidades tomando un papel de entre un montón que estaba desparramado sobre el mueble. Diana no creía en el orden ni el desorden. Desde que había leído en el colegio que el universo tendía al caos entendió que lo natural es el desorden y a él se atenía. Por respeto a su clientela la peluquería mantenía un mínimo de orden pero no así su escritorio y mucho menos el cuarto que le servía de dormitorio. Lucy empezó a leer el papel, su rostro comenzó a cambiar perceptiblemente.
- Qué te pasa Lucy?
- Nada.
- Nada y estás pálida, qué tienes? Estás embarazada?
- Kiá! Tú sabes que soy virgen.
- Entonces?
- Es el horóscopo.
- Qué pasó con él?
- No me vas a decir de dónde salió?
- Sabes que ese es uno de los secretos mejor guardados pero a ti te lo digo. Los hago yo en mi cuarto.
- Pero como los haces? – la mirada de Lucy se encontraba tan enfebrecida que la peluquera temió que alguno de los espíritus que atormentaban a Orlando se le hubiera colado a Lucy.
- Mira, te voy a decir toda la verdad. Ese horóscopo en particular...
El sonido de la campana que anunciaba que la puerta de la calle se había abierto rompió la voz de la peluquera impidiendo que siguiera. Un tipo alto y flaco, con cabello descuidado se acercó.
- Quién atiende esta vaina? – gritó mirando a todos lados.
- Mira que no falta el imprudente. Señor estoy ocupada con una cliente así que no lo puede atender, hágame el favor y se larga.
- No te preocupes, tú sabes que puedo esperar.
- No Lucy, este señor llegó echando vainas y no lo conozco así que no me da la gana de atenderlo.
- A mi no me va a atender pero a mi amiguita sí- dijo el sujeto mientras sacaba el revólver de la espalda – las dos calladas que aquí no va a pasar nada.
Sin saber por qué Lucy no miró el arma, ni siquiera los dedos flacos y sucios. Miró los ojos del hombre, se dio cuenta del dolor que llevaba por dentro, de los días de desprecio, de los días de soledad absoluta, se dio cuenta que era él.

Parte 2 Federico o la irresponsabilidad de la razón

El reloj le marcaba las doce. A esa hora Lucy debía estar en el ”Pentágono”. Siempre le había criticado el hecho de esclavizar su vida a una hoja de papel o un signo en el cielo, irónicamente su destino en ese momento estaba supeditado a una hoja de papel que leyera su novia.
Miró lo que había escrito en el ordenador. Le pareció falto de fuerza, su mente no se encontraba con él así que era mejor salir, fumarse un cigarrillo, tomarse una cerveza, en definitiva hacer algo que le mantuviera la cabeza ocupada en cosas inútiles para evadir la responsabilidad de tener que pensar.

Ya no sabía qué hacer. El pánico en el que veía que pronto iba a entrar la hippie lo preocupaba pero más que eso la mirada extraña que le dedicaba la otra muchacha- parecía que lo estuviera esperando desde hace años y solo en este momento apareciera. Sintió el revólver pesado en su mano, la palma sudando, su cuerpo gimiendo de miedo por no poder terminar lo que había empezado.

En la barra del “Ganadero” Federico iba ya por la tercera cerveza que entraba a pura terquedad dentro de su estómago. Era buen bebedor y cuando pasaba el límite de la tercera siempre tendía a emborracharse de manera total pero cuando no tenía alimento en el estómago su cuerpo repelía la cerveza hasta hacerlo vomitar. En esa ocasión estaba buscando esa razón, no quería que su mente divagara a lomos del Gran Combo o Rubén Blades y se perdiera en el infinito de música y significados olvidando que esta noche debía buscar a Lucy.
- Qué más Fede? – le espetó Armando el dueño del local.
- Nada viejo Armand. Esperando que el día pase.
- Empezaste temprano hoy.
- Porque tengo que terminar temprano.
- Trabajo?
- No algo peor.
- Mujeres.
- Nojoda tú si entiendes las vainas.
- Detrás de una barra uno siempre termina conociendo a la gente más de lo que uno quisiera.
- Nojoda sí ah? Creo que el mismo Freud te envidiaría. Oye, ese que toca esa canción quién es?
Armando comenzó hablar de la música identificando fechas, nombres y hasta colores de discos permitiendo que Federico se perdiera en el fondo de su voz y así no tener que concentrarse en el paso siguiente.

Eran los mismo ojos de Nora. El revólver cambió de mano. No podía ser. Nora había muerto hacía años cuando él apenas entraba a la pubertad. No podía encontrarse ahí frene a él como reprochándole nuevamente que haya tenido que entrar al grupo de los “manes”. El revólver titubeo y Lucy se acercó a él, lo tomó de la mano y le dio un beso
- Estuve esperando largo tiempo por ti.
- Es mentira, nadie espera por nadie.
- Es verdad siempre pensé que tu llegada iba a ser inesperada pero no tanta.
- Lucy! Te has vuelto loca?
- No Diana. Tú misma me diste el horóscopo ahí dice todo.
- No pero el horóscopo de hoy...
- Cállate. Es él
- Usted está loca señorita yo no la conozco y mucho menos la estaba buscando, deje de joder y denme la plata, rápido! – gritó sin convicción el hombre.

Abrió la puerta de la oficina. Sabía que hacía muy poco se había ido el último de sus compañeros todavía el aire acondicionado refrescaba la cálida noche. Prendió su terminal y se puso a escribir, al principio sin sentido y después con una rapidez frenética que parecía que estuviera poseído. Era su forma de pensar. Siempre utilizaba este o un medio parecido para aclarar sus ideas, ordenarlas. Creía que si el cerebro no se encontraba ordenado no podía llegar a conclusiones serias que tuvieran consecuencias en la realidad. Cuando terminó se dio cuenta que el plan era tan sencillamente estúpido que podría funcionar. Entendía que el ser humano tuvo la necesidad, hace mucho tiempo, de dejar en hombros de deidades y fuerzas desconocidas la dirección de su destino. En esa época el mundo era una inmensidad desconocida que para proteger su psique ese paso era absolutamente necesario. Pero cuando la razón entró a reinar sobre todas las cosas esa necesidad desapareció, a pesar de eso eran costumbres tan arraigadas, a veces pensaba Federico que a nivel genético, que todavía aparecían con toda su fuerza destructiva para el progreso de la humanidad. Federico no sentía ningún tipo de remordimiento en utilizar esas mismas creencias y temores para enseñar al pueblo sobre la gran verdad de la razón y de la lucha de clases. De ahí a utilizar la “ignorancia” de los demás para su propio beneficio (que pensaba que, al final, se mostraría como el beneficio de todos) no había sino un paso, un paso que dio sin medir consecuencias.

La luz del sol penetraba a través de las hojas de plátano. Sentía sus coyunturas gritar. El peso de su cuerpo era demasiado para ellas. Abajo podía ver a los uniformados con la sierra eléctrica. No podían darse cuenta que no podían amenazarlo con ella, que él deseaba que utilizaran ese o cualquier otro método para acabar con él. Su vida había sido un dolor continuo con pequeños parches de felicidad, así que cualquier manera de desaparecerlo era apropiada.
La escuchó cuando se encendió. Le recordó el sonido de una motocicleta y eso hizo que, a su vez, se acordara del circo que pasó una vez por el pueblo, hacia siglos. Su padre, el verdadero no el que lo engendró, lo llevó hasta allá, le enseñó los tigres escuálidos y hambrientos de burro, las acróbatas que se lanzaban al aire al ritmo de “Ciudad Tropical”, los payasos que gritaban chistes conocidos pero que, contados por ellos, le parecieron recién hechos. El plato fuerte era una inmensa jaula de hierro en donde entraban dos motos y daban vueltas y vueltas sin tocarse. Era hermoso verlos en esa danza. Ese día Ernesto fue feliz.
Cerca de su oreja cayó una rama cortada por la sierra. Apretó los dientes esperando el zarpazo de la máquina.
- Así que andas con estos hijueputas.
Silencio
- Yo te conozco Ernesto.
Mirada incógnita.
- Una vez me ayudaste cuando el bruto de Martín me quería partir las narices.
- Andrés?
- Veo que ahora me reconoces. Por qué te metiste con estos malparidos ah?
- Mi familia.
- La amenazaron no?
- Sí
- Eres amigo Ernestico.- la sierra rugió hendiendo otra vez el aire, el olor a carne se expandió por el lugar, sin necesidad de ver Ernesto se dio cuenta que estaba haciendo picadillo el cuerpo de uno de sus compas muertos.- estos malparidos hubieran hecho esto o algo peor. Tú eres diferente, me enteré que anduviste un tiempo con el “careviejo”.
- Era el único que podía leer las órdenes de los jefes.
- Ese “careviejo” me la debía. Ahoritica ya no se ríe como cuando jodía a mi hija. – habló Andrés, que parecía el jefe, mientras paraba indolentemente el ruido de la sierra. – Esto es la peor parte de este trabajo; muertos pesan mucho y no vamos a hacerles una tumba a estos hijueputas pero no podemos dejarlos. El ejército esta cerca y están jodiendo mucho por las muertes. Como si a esos gringos de la ONU les tocara aguantar lo que nosotros aguantamos.
La máquina volvió a rugir partiendo otro hueso.
- Nojoda ahora si se está riendo.- lanzó una carcajada.- bueno entiendo todo eso. Así que, como viejos amigos, puedes contarme todo y unirte a nosotros.
Silencio.
- Ya sé tu familia.
Silencio perturbador.
- Nojoda viejo Ernesto. Cómo crees que la vamos a dejar así como así desamparada para que vengan estos triple a joderlos. No parece que me conocieras. Tu familia está cubierta por nosotros.
Mirada ansiosa.
- Mientras estés con nosotros no les va a pasar nada. Cuidamos a los nuestros entiendes?
Silencio angustiado.
- Claro que si eso no sucede no podríamos asegurar que puedan llegar a la próxima semana.
Mirada furiosa.
- Está bien.- Sentía que nunca podría salir de eso y se limitó a esperar que llegara el ejército para tirarle el pecho a una bala.

Cuando Gabriel llegó Federico estaba


La hoja resbaló por los dedos temblorosos de Federico. Las primeras gotas de la tormenta que llegaba empezaron a caer golpeando el papel embarrando la tinta con la sangre. Levemente se podía leer “Cáncer: (25 de junio – 23 de julio) La influencia que la Luna ejercía sobre ti ha desaparecido, eres el dueño de tu destino. Puedes tomar sin temor esa decisión que has postergado por años. Este es el momento, es el lugar. Aquel que te mira a los ojos necesitando amor es el indicado, no temas todo está bien”. Gabriel se acercó a Federico, en su garganta se ahogaron las ganas de decirle que le había advertido que todo se podía complicar.
Los hombres se levantaron, caminando lentamente dejando que los policías hicieran el levantamiento de los cadáveres. En los ojos vacíos de Lucy la Luna se reflejaba mientras una sonrisa adornaba el hilillo de sangre que corría por sus labios.

FIN

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